¿Cuál sería en este período de graves alteraciones, desarmonías y confusiones, el lugar más apropiado y conveniente para la convergencia de los seres de creencias religiosas donde poder reencontrarse en el amor a Dios y hallarse apartados de esa Babilonia mundanal de perturbaciones?. Pues nada mejor que en los templos religiosos pertenecientes a cualquier religión, siempre que en ellos se encuentre representado el poder supraterrenal y se rinda culto a un solo Dios omnipresente y omnipotente.
¿Cuál es la religión más positiva y verdadera que pueda conducir al creyente a la vida eterna? Existe una sola religión en posesión de la verdad clara y pura. Esa religión es la que fue enseñada por nuestro Señor Jesucristo para la salvación de la humanidad de todos los tiempos y de todas las generaciones que se vienen repitiendo desde la era cristiana en cada período evolutivo y progresivo de dos mil años. Esa religión que es y continuará siendo divulgada y esclarecida en la República Argentina por voluntad suprema de Dios, hasta la finalización de la presente era civilizadora, promulgada por los dos espíritus de mayor elevación de esta época que son escogidos por el Padre Superior para servirles de obreros principales en la dirección de la obra regeneradora de los escogidos, elegidos y llamados de esta era de depuración espiritual representada por una nueva María y un nuevo Mesías.
María Salomé Loredo de Subiza, la nueva María de esta era, titulada por sus millares de adeptos: MADRE MARIA. En sus treinta y siete años de continuas enseñanzas morales y cristianas nos decía en sus pláticas regeneradoras “No está en ir y venir al templo para rezar y para sanarse o bien para recibir algún beneficio material. No! Está mayormente en poner atención al escuchar mis palabras y mis consejos y comprenderme llevándolos luego a la práctica, así se sanarán con Dios, y se salvarán de la ignorancia en lo espiritual, de los sufrimientos físicos y morales y de las maldades". También enseñaba que todas las religiones en Dios son de Él, porque todas son buenas y necesarias, siempre y cuando sea practicando el bien por el bien mismo. Ese bien vertido con toda devoción, amor y caridad, es agradable a los ojos de Dios y merece su recompensa.
¿Cómo puede obtenerse en los templos la esencial sustancia divina que alimenta, fortalece y estimula el espíritu?
La potencial sustancia se obtiene por intermedio del recogimiento y de la fe, al estar el ser abstraído de todo elemento material, hallándose unido a Dios, obtendrá así directamente la savia de su bien, la cual es atraída por el poderoso imán de la fe. Esa fe divina que esclarece e ilumina el camino y aparta al ser de la ignorancia, del fanatismo y de la superstición; esa fe que purifica la mente y la libra de los pensamientos estrechos, viles y mezquinos, harán de ello un espíritu lleno de unción y de sagrada fe, iluminada por un rayo celestial que todo lo interpretará.
¿Adónde podemos hallar ese alimento potencial que alimenta esa viva y sustancial fe que fortalece el espíritu?
En los templos de la religión cristiana, “La Fe en Dios y la Religión de Cristo”, es donde se enseña el verdadero camino iluminado de una fe ardiente que todo cristiano espíritu en sus innumerables encarnaciones debe recorrer en su vida terrenal para alcanzar a pulir, purificar y perfeccionar su espíritu; siendo este el único sendero regenerador que conduce a la eterna morada prometida por nuestro Señor Jesucristo. En nuestros sagrados templos, ambiente de concentración espiritual, donde concurren los devotos fieles con todo amor y veneración, respeto y fervor, a recibir los efluvios del bien de Dios por la Madre María y la Hermana Julia, que son esparcidos sobre esos seres que vienen cargados de penas y amarguras, de dolores físicos y morales; de miserias y desventuras, adquiriendo de ese modo la confortación y la fuerza espiritual necesaria para con el mal oculto que se opone ante nuestro paso en la vida terrena.
Cuántos pesares espirituales escondidos, cuántas tragedias íntimas desgarradoras hallan el lenitivo que ningún ser humano por más sabio que fuese pueda proporcionar, solamente se lo encuentra en los sagrados templos de nuestra religión cristiana!
Qué alegría espiritual; qué dicha y satisfacción encuentran esos creyentes al retirarse de uno de los templos después de haber escuchado con suma atención una conferencia científica, o una plática religiosa, que nos educa sobre la finalidad de la vida, elevando así su nivel ético y cultural mediante los grandes problemas de la filosofía cristiana que los llevan a la confraternidad universal, a una vida equilibrada, pacífica y humanitaria!
¿Quién, hoy por hoy, podría negar científicamente el bien espiritual que se recibe de Dios en nuestros templos, bien sustancioso que emana de la fuente inagotable de la divina providencia?
Nadie podría negar que al estar un ser en contacto con Dios pueda recibir grandes beneficios de toda índole, porque a Dios nada le falta, todo lo tiene para el bienestar de sus hijos que depositan su fe y confianza en el Supremo Hacedor.
“Lucha que vencerás”, dijo Jesús. Sin lucha la humanidad se estancaría en la inactividad y no progresaría. Sin lucha la historia carecería de dinamismo. También la Madre María nos decía: “Sin lucha no hay progreso; sin progreso no hay salvación, no hay mal que por bien no venga”. Entonces procuremos de luchar contra la maldad velada que trata de confundirnos y alejarnos de las grandiosas reuniones en los templos religiosos. Tratemos de imponernos por medio de la férrea voluntad y cumplir con los deseos de nuestra eminente directora que siempre nos recomendaba en sus diarias enseñanzas: “traten por todos los medios posibles a vuestro alcance de concurrir a los templos de nuestra religión conducido por verdaderos apóstoles aunque sea más que cinco minutos y solicitar el bien para toda la humanidad, cumplido lo tendréis si no tenéis tiempo para más”.
Cumpliendo así, le demostraremos a Dios nuestra buena voluntad en el cumplimiento de los deberes de nuestra sagrada religión y llevando a la práctica las sabias enseñanzas de nuestra Madre espiritual; cosecharemos los frutos consiguientes que Dios derramará sobre los que cumplen su ley, sacrificándose para sostener y tratar de engrandecer los templos religiosos porque sin trabajos ni privacías no es posible conseguir beneficios. Así queridos hermanos espirituales sepamos reconocer la grandeza potencial y el valor de los templos, donde el rebaño humano concurre a reunirse bajo el estandarte de la fe, para recibir el alimento providencial que nos hace fuertes y dispuestos para vencer al mal encubierto que nos persigue, tratando de separarnos del sendero de la virtud. Pero teniendo siempre presente las últimas palabras de nuestra madre: HUMILDAD, PERDÓN Y CARIDAD.